Horacio Raúl Capiello, un defensa con “Olfato de Gol”

Gran defensor argentino, nació el 1 de Octubre de 1950. Era un central alto, fuerte, ganador, muy difícil pasarlo y de un remate contundente; peligro de gol cada vez que cobraba un tiro libre o penal. Un zaguero con alma de delantero, tenía temperamento, categoría y personalidad; en 1968 debuta en la primera de el Porvenir, de así pasará en 1973 a Sportivo Dock- Sud, en la Primera B Nacional, jugando 27 partidos y con 7 goles en su haber.

En 1975 jugó en Lanús donde disputó 7 cotejos con una diana, de allí pasó al exterior con un recorrido envidiable. A fines de 1975, 1976 y 1977 jugó en Bolivia en Oriente Petrolero donde dejó un recuerdo aún vigente.

En 1978 fue contratado por Liga Deportiva Universitaria de Cuenca en Ecuador, y marcó 13 goles en aquella temporada; en 1979 jugó para el América de Quito, y marcó en 11 ocasiones, cifra insólita para un defensor; siendo su principal arma el cañón en su pierna derecha, así como su dominio del área, tanto para despejar como para arremeter en el arco rival.

En 1980 juega en el más grande de Ecuador, el Barcelona Sporting Club, donde integrará el equipo campeón en dicha temporada. En 1981 y 1982 integra el Deportivo Cali, de gran faena en el torneo local y de excelente desempeño en la Copa Libertadores de entonces, cuando no era tan común que un equipo Colombiano llegará a instancias como las semifinales.

En 1983 de vuelta a Argentina en Estudiantes de la Plata, luego en 1983 y 1984 juega en Almirante Brown, donde disputa 68 partidos con tres goles. En 1985 se lo verá en Racing de Olavarria, donde saldría campeón una vez más, después al Club Lugano.

Posteriormente en San Martín de Burzaco, y así comienza su extenso y pródigo periodo de entrenador, tanto en la Argentina como en el exterior, donde dirige en Indonesia, al Deportivo Cuenca de Ecuador, en Malasia, Arabia Saudita y en las divisiones juveniles del Celtic de Escocia.

Horacio Raúl Capiello, un trotamundos exitoso como jugador, como técnico y persona.

Por Jorge Novillo